“LA MIRADA”
BY
Omar García Ramírez
"Acércate"
poné tu oído aquí sobre mi pecho
escuchá cómo corren los caballos salvajes
Cerrá los ojos
imaginá las dimensiones de este desierto
Vania Vargas
Cuando se miraron después de mucho tiempo de estar ausentes y perdidos; de que se hubiesen dejado de ver y acostumbraran a moverse en los linderos de la existencia como fantasmas; en una ciudad que despojada de su cordialidad se hacía poco a poco, un purgatorio. Mucho tiempo después, de que todo se apagara; o mejor dicho, que el incendio vivo intentara apagarse, y que las fogatas del sacrificio se hubiesen deteriorado en un fuego lejano y ceniciento, pero todavía amenazante y salvaje, que arrasaba todo en su derrota. Él y ella, establecieron una mirada cruzada de vacío; era una mirada teñida de duelo y de tristeza, en donde ya no había espacio para la esperanza. Intentaban comunicarse algo; Pero no se establecía el lenguaje; solo se miraban desde el fondo de sus almas heridas y lejanas; heladas y casi muertas; intentando tomar una bocanada de aire en medio de una faena moribunda. Porque era morirse sin dejar de mirar al otro, intentar cruzar las alambradas del alma; forajidos buscando sendas y trochas clandestinas para encontrarse, y luego dar media vuelta para huir. Ya se habían perdido en lejanas estepas; y ahora era como habitar al centro de una herida en medio del ruido de la gente del comercio.
Se
habían cruzado esas miradas y establecido esa tensión, en un ángulo de aquel
inmenso local. Cada uno estaba frente a frente, mirando como agonizaban; sin
pretender ayudarse mutuamente, como cuando alguien ve a otro ––un extraño
cualquiera––, desangrarse hasta morir, desintegrarse en el otro lado, pero sin la
intensión de correr a ayudarlo. Al contrario manteniendo la distancia y la
frialdad; deteniendo el tiempo contenido, sin prisa. Una mirada que todos
vieron, por qué la gente allí compraba alimentos o algo así y hacía fila para
consumir algo. Eso le parecía a él. Pero no estaba seguro. Como llevaba mucho
tiempo retirado del ruido, todo esto le parecía una mascarada distorsionada,
como cuando uno entra a un carnaval citadino algo embriagado. Acostumbrado a
los estados alterados de conciencia, solo se dejó ir… estar allí atrapado en el
transcurso del tiempo infinitesimal de esa mirada. No le importó ver en
silencio, mucha gente alrededor que expectante asistía a la accidental
ceremonia; energía y densidad de un resplandor que enceguecía a
todos, y a ellos los iluminaba como a dos monstruos eléctricos de un comic, que quisieran morder y perforar, con descargas de rayos, la coraza del
alma, mientras eran engullidos por un túnel de oscuridad y cegadora luz.
Entonces, él quiso habitar ese instante y vivirlo para siempre, aunque sabía que
era el final. Y se sintió caer en el vacío,
al fundirse esa desazón con el vértigo, en
el mismo momento en que sabía, que ya nunca más volvería a verla. Intentó sonreír, pero conteniendo un grito, un gruñido extraño como de fiera solitaria.
Ella le devolvió una mirada que apuñalaba al centro con un venablo de odio, pero que
conservaba una faceta de la punta cincelada de amor metálico, dorado y afilado. Quiso mostrar algo de ternura, sin embargo, era difícil para ella, que estaba al otro lado del mostrador, que resistía desde un lago interior en donde una química psiquiátrica estallaba en ondas concéntricas que se habían congelado en esos instantes, en esos segundos. Ofreció la última mirada de ojos grandes y negros en el contorno blanco de su cara. Y era tambien dificil para él,
quien desde afuera, y por accidente, se había venido a plantar allí; y aunque
no tenía hambre ni sed, solo indicó con la mano, desde una mueca silenciosa y
una mirada rojiza con ojeras profundas, algo en la placa publicitaria de acetato.
Y la tensión de la mirada entonces se rompió. despues de un fundido a negro en el encuadre general; el engranaje de la maquinaria del consumo se reanudó. La gente pareció aliviada porque entendía que, algo pasaba entre aquellos dos; algo grande, fuera del alcance de todos ellos; un código secreto y peligroso, lleno de culpas y rencores; pero también de imágenes vívidas, en donde la pasión había dejado cicatrices, y entonces, cuando terminaron de mirarse; él recibio algo a cambio de su dinero, y dio media vuelta para alejarse y convertirse en un punto gris, que se difuminaba y se encaminaba hacia la nada.
El centro comercial, poco a poco, volvió a llenarse de ruido; y ella sintió, como el vacío amenazante que parecía terminaría por engullirlo todo, desapareció, y de repente, el aire se llenó de colores y mercancías, ruidos mecánicos, carcajadas sordas y vulgares; colores chillones, y músicas de todas las cosas ordinarias que llenan los bordes celestes y fríos de la muerte.

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